1. Dios es el origen de toda obra espiritual
Todo comienza con Dios. Él es quien da vida, propósito y dirección a lo que sembramos.
Juan 15:5 – “...separados de mí nada podéis hacer.”
Salmo 127:1 – “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican.”
2. Los siervos son colaboradores, no protagonistas
Somos instrumentos en las manos de Dios, llamados a servir, no a buscar reconocimiento.
1 Corintios 3:5 – “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído...”
2 Corintios 4:7 – “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.”
3. Cada uno tiene una función específica en el proceso
Algunos siembran, otros riegan, pero todos forman parte del mismo plan divino.
1 Corintios 12:4-6 – “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo...”
Romanos 12:6-8 – Cada uno tiene dones diferentes según la gracia que nos ha sido dada.
4. El crecimiento verdadero es sobrenatural
Aunque trabajemos diligentemente, el fruto proviene del poder de Dios.
Isaías 55:10-11 “Así será mi palabra... no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero.”
Hechos 2:47 – “...Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Conclusión:
La obra de Dios no depende de nuestras fuerzas ni habilidades, sino de su soberana gracia. Nosotros sembramos y regamos con fidelidad, pero debemos recordar que el crecimiento viene solo de Dios. No busquemos gloria personal, sino honra para Aquel que hace que todo florezca a su tiempo.