I. Las promesas de Dios: preciosas y grandísimas
Dios no solo hace promesas, sino que son extraordinarias por su valor y alcance.
2 Corintios 1:20 “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén...”
Hebreos 6:17-18 Dios garantiza con juramento que no puede mentir, mostrando la firmeza de su promesa.
Podemos confiar plenamente en lo que Dios ha prometido; su Palabra es segura.
II. La finalidad de las promesas: participar de la naturaleza divina
El propósito de Dios es transformarnos, no solo mejorarnos.
Romanos 8:29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…
Efesios 4:24 Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.
Dios no solo quiere perdonarnos, sino hacernos semejantes a Él en carácter.
III. El camino a esa participación: por medio de las promesas
Las promesas son el canal que Dios usa para obrar en nosotros.
Juan 17:17 “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Salmo 119:11 “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.”
Meditar, creer y obedecer las promesas transforma nuestro interior y guía nuestro andar.
IV. El contraste: huir de la corrupción del mundo
El nuevo nacimiento implica separación del mal.
Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…”
1 Juan 2:16 “Porque todo lo que hay en el mundo… no proviene del Padre, sino del mundo.”
No podemos participar de la naturaleza divina mientras nos aferramos a los deseos del mundo.
Conclusión:
Dios nos llama a algo glorioso: ser partícipes de su naturaleza. Esto es posible por medio de sus promesas, que nos transforman mientras nos alejamos del mundo. El cristiano no solo es alguien que cree, sino alguien que se está volviendo más como Cristo cada día. ¿Estás tomando las promesas de Dios como el ancla de tu transformación?